Las primeras grabaciones de Carlos Gardel en Buenos Aires, Barcelona, París y, las últimas, en New York, estaban en muchas casas habaneras. Pero, el tango no llega con Gardel —como muchos piensan—, sino con artistas de la zarzuela española: Juan Pulido, José Moriche y otros.
Esos discos, algunos con rarezas, errores, detalles singulares —perlas para coleccionistas— pudieron llegar a Buenos Aires y Montevideo gracias a coleccionistas cubanos como Pompeyo Escala Parejo, José Sánchez, Fernando Alonso, Orlando Nicolau.
Fue Gardel, con su excelso arte vocal, sus filmes —no tan buen actor—, en las tres décadas del siglo XX quien tendió ese sólido puente entre los pueblos del Río de la Plata y Cuba… Barrios de La Habana, Santiago de Cuba, Santa Clara, Camagüey, Holguín, con sus numerosos peñas –— bulín— creadas en las propios hogares —a la cubana de antaño, nada de lujos ni ostentaciones— propagaban esa fraternidad cubano—argentino los fines de semana, cantando tangos del Morocho y, obviamente, sus fotos en las paredes, discos, afiches.
Pero, ¿qué tango, qué cantante prefería Ernesto Che Guevara en la Sierra Maestra mientras mateaba con el padre Sardiñas y Raimundo Pacheco durante en las escasas noches libres de la lucha guerrillera? pues, Como abrazao a un rencor (Podestá—Rossi) cantado, obviamente, por Gardel.
Llama la atención, la simpatía personal de Gardel por Cuba, por los cubanos. Incontables fueron sus amigos y colaboradores de la isla en España, París, New York. En la primera ciudad fueron estrechos y cálidos sus lazos con Don Azpiazu, quien presta su orquesta al Zorzal en dos películas: Espérame, en la que interpreta del músico cubano la “rumba” Por tus ojo negros, y La casa es seria. En la Ciudad Luz fueron incontables las noches bohemias compartidas con nuestro campeón mundial de boxeo Kid Chocolate (Eligio Sardiñas), al que invariablemente dedicaba siempre Rosas de otoño.
Siempre fue un sueño del Maestro cantar en la capital cubana, anhelo únicamente frustrado con su muerte, precisamente cuando volaba hacia La Habana, donde lo esperaba su fraterno Heliodoro Martínez en el Teatro Nacional de La Habana en 1935.
En New York compartió muchas veces con el Trío Matamoros, quienes cantaban para él Silencio y, con otro cubano, Roberto de Moya, que fue su guitarrista en las películas Cuesta abajo y El tango en Broadway.
Por ello, cuando La Habana le rindió tanta recordación en su centenario (1890—1990) en teatros, cines y peñas a lo largo de toda la isla, no era nada extraño si, esa voz, ese misterio, nos pertenece, como es nuestra esa tierra, esa gente porteña tan amada al sur de Nuestra América,
Felix Contreras
La Habana, agosto del 2009